UN ACERCAMIENTO A MENDEL, EL DE LOS LIBROS

El nombre de Mendel, Jakob Mendel, difícilmente sonará extraño para quienes tengan cierta inclinación por los libros. En efecto, el cuento escrito por Stefan Zweig a fines de la década de 1920 posee un justo reconocimiento por resaltar a un personaje admirado por su inacabable conocimiento bibliográfico y haber sufrido las injusticias de la Gran Guerra.

Si bien Mendel el de los libros es una obra largamente conocida, queremos compartir nuestras reflexiones tras la lectura de este cuento, que es publicado por la editorial española Acantilado con la traducción de Berta Vias Mahou.

"Buchmendel" -título original en alemán- nos presenta una figura inolvidable y su trágico destino por causa de la Primera Guerra Mundial.
La narración está a cargo de un hombre que no se identifica, pero muestra haber conocido a Mendel de manera personal en el mítico café vienés Gluck. Si bien el texto no posee divisiones, se pueden detectar tres partes: la primera donde se muestra quién fue Mendel, la segunda sobre los últimos años de vida del protagonista narrados por una antigua empleada del café y, por último, una reflexión sobre su triste destino.

Jainkeff Mendel -tal era su nombre original- era natural de Rusia, cerca a la frontera con Polonia y de religión judía. Sobre su familia o vínculos personales poco se cuenta. Llegó a Viena, capital austriaca, en sus treintas para continuar sus estudios religiosos, pero pronto se desanimó. Su pasión era la bibliotecología, es decir, la información sobre los libros. Lugares de impresión, imprentas, disponibilidad en bibliotecas y, sobre todo, precios de los libros, eran detalles que domina como nadie hubiera podido.

Por dos o tres décadas hizo de un espacio en el mencionado café Gluck el lugar de toda su existencia: era el lugar de trabajo, era donde realizaba faenas domésticas, era su templo. Porque para Mendel, leer era rezar. Y esta idea es repetida por Zweig de forma constante. Leer para Mendel era entrar en un profundísimo estado de concentración interior, que incluso imitaba los movimientos del rezo de la religión hebrea. Pasaba todo el día leyendo libros (y no alguna otra cosa como periódicos), lo cual era su única actividad infatigable, que llegaba al extremo de escapar de la realidad y no poder molestarse por algún tipo de ruido cercano o relativamente alejado.

A nuestro entender, este último rasgo es valioso para el autor, ya que le permite caracterizar a Mendel como un ser sin ningún interés en los sucesos históricos de su momento, no tomando -por ello- partido por lado alguno. Y el contexto de Mendel -que Zweig pretende resaltar- es único por ser el momento del estallido y desarrollo de la primera guerra con connotaciones mundiales que experimentó la humanidad. El protagonista lo padeció trágicamente. Incluso en sujetos que podían no tener ninguna postura, la Primera Guerra Mundial causó estragos mortales.

Mendel, "el bibliotecólogo universal", " el mágico archivo de todos los libros", es presentado como un sujeto pobre, que prestaba sus servicios bibliográficos y de tasación libresca sin cobrar nada. Este rasgo, claramente, produce en el lector mayor simpatía y cercanía, lo que indirectamente sigue condenando al trabajo cultural e intelectual a no ser lucrativo. Su mayor placer era sentirse la mayor fuente de saber sobre lo que ahora podríamos llamar la metadata de libros. ¿Tanto conocimiento no le podía ofrecer un trabajo en alguna institución o abrir su propio negocio? Para aclarar ello y profundizar su estado humilde, se señala que el estado migratorio de Mendel era de ilegal, tema que nunca pareció interesarle y que será un argumento de su condena al momento de su detención. Se dedicaba al comercio de libros en forma de vendedor ambulante. Su larga estadía en el café Gluck no ocasionaba problemas con los propietarios, porque revestía de fama a ese espacio cotidiano de la sociedad de Viena, pero sobretodo porque su presencia suscitaba un constante número de visitantes. Ellos estaban obligados a consumir.

El narrado, "curioso observador", conoció en persona a Mendel en el café Gluck, lugar al que fue a parar por destinos meteorológicos muchos años después. No reconoció al instante el lugar, pero después de largo esfuerzo dio con el nombre y con su curioso cliente. Mendel ya no estaba ahí y el mismo café se venía diferente. El cambio de dueños influyó en el aspecto externo y administrativo, que llegó a considerar a Mendel visitante non grato. Pero no fue el traspaso del local lo que llevó a la ruina del sabio librero judío de origen ruso, sino una injusta detención en el momento de la IGM.

La detención se produce a fines de 1915 debido a que las autoridades de vigilancia no pudiesen creer la existencia de un tipo como Mendel, que haya permanecido indocumentado por varias décadas en el país austriaco, procedente del país enemigo y que despachaba reclamos de subscripciones a otros países enemigos. Tras dos años detenido, recibe la libertad por medio de sus contactos. Sin embargo, esa experiencia lo cambió totalmente. Perdió sus gafas y por su situación económica no pudo adquirir nuevas, sus clientes -pocos pero exclusivos- dejaron de interesarse en sus servicios, lo que agravó su ya paupérrimo estado, allende de su avanzada edad. La imagen decrépita que proyectaba no era bienvenida más en el café Gluck.

Por último, Zweig dedica una justa -e, incluso, vigente- reflexión sobre los migrantes en contextos bélicos, quienes son sujetos de injustas e inverosímiles atentados, incluso el de las mentes más brillantes. Nos muestra cómo las consecuencias de una guerra puede mostrar hostil y destruir la vida de un ser humano, que llegó a desconocer de la existencia de la misma.

Entrada n° 327.

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